Difusión de noticias e investigaciones relacionadas a la Antropología, Arqueología, Patrimonio e Historia a nivel mundial.

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Si queremos lograr una cultura más rica, rica en valores de contrastes, debemos reconocer toda la gama de las potencialidades humanas, y por lo tanto tejer una sociedad menos arbitraria, una en la que la diversidad del regalo humano, encuentre un lugar adecuado." Margaret Mead

septiembre 21, 2018

¿Y si las venus del Paleolítico no fueron talladas por hombres sino por mujeres examinando su propio cuerpo?



¿Y si las venus del Paleolítico no fueron talladas por hombres sino por mujeres examinando su propio cuerpo?


Dicen que no vemos el mundo como es, sino como somos nosotros; con nuestros sesgos. Por eso las venus paleolíticas se llaman venus, porque los antropólogos creyeron que habían sido talladas como un ideal de belleza prehistórico, como objetos sexuales desde el punto de vista masculino.

Las primeras fueron descubiertas a finales del siglo XIX en cuevas y abrigos rocosos de los Pirineos franceses. En 1908 se exhumó la hechizante Venus de Willendorf, que acabaría convertida en un icono. Desde entonces han aparecido cientos de estatuillas similares entre el sur de Francia y las llanuras siberianas del lago Baikal. Figuras femeninas talladas en hueso, asta, marfil, piedra, terracota, madera o barro, de no más de 25 centímetros y datadas en el Paleolítico superior, entre el 27.000 y el 21.000 a. C. 




Aunque no hay consenso sobre por qué se crearon o para qué servían, sus atributos exagerados, como la prominencia del vientre típica de una mujer embarazada, llevaron a pensar que podían usarse como amuletos de fertilidad. Pero esas proporciones exageradas no solo se aprecian en el abdomen. Muchas tienen un torso anormalmente delgado, pechos grandes y colgantes, nalgas y muslos voluminosos, piernas cortas, pies pequeños y un ombligo elíptico que queda aplastado por el ancho de las caderas.

La antropóloga Mariana Gvozdover describió estos rasgos como una “deformación estilística del cuerpo natural”, pero sus colegas Leroy McDermott y Catherine Hodge McCoide aportaron otro punto de vista. “Estas aparentes distorsiones de la anatomía se convierten en representaciones adecuadas —escribieron en un artículo de 1996— si consideramos el cuerpo visto por una mujer que se mira a sí misma”. 


A la izquierda, el punto de vista de una mujer de 26 años embarazada de cinco meses de su propio cuerpo. A la derecha, la venus de Willendorf desde la misma perspectiva

Los autores compararon las figuras con fotografías de una mujer moderna y la perspectiva encajó como un guante. La idea explica por qué los brazos desaparecen bajo los senos, por qué el cóccix no está a una altura normal respecto a las nalgas o incluso por qué algunas venus del Paleolítico no tienen rostro y fueron talladas con la cabeza inclinada hacia abajo


A la izquierda, el punto de vista de una mujer que mira su trasero por debajo de su brazo. A la derecha, la venus de Willendorf desde la misma perspectiva
A la izquierda, el punto de vista de una mujer que mira un lado de su cuerpo. A la derecha, la venus de Willendorf desde la misma perspectiva


“Es posible —explican McDermott y McCoide— que desde que se descubrieron estas figuras simplemente las hayamos mirado desde el ángulo incorrecto”. Los antropólogos asumieron que las mujeres de la prehistoria habían sido espectadoras pasivas de la vida creativa y que sus cuerpos, ya sea por sus atributos sexuales o como símbolos de fecundidad, solo habían sido relevantes para los intereses masculinos. Pero lo cierto es que no sabemos casi nada de estas estatuillas ni de las personas que las tallaron hace 20.000 años. Lo que sabemos es que nuestras suposiciones están inevitablemente sesgadas por nuestro propio bagaje cultural.


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En tiempos paleolíticos. Bellos hallazgos en forma de estatuillas




"Hay una gran desconexión entre 
lo que se ha demostrado científicamente 
y lo que la gran mayoría de la gente cree.
Lynn Margulis



La llegada de Homo sapiens a Europa, hace unos 45.000 años, marcó el comienzo del Paleolítico Superior, período principalmente caracterizado por una enorme explosión de actividad cultural, cuyas manifestaciones más notables son las pinturas realizadas sobre paredes de cuevas y la talla de pequeñas esculturas. La gran mayoría de los expertos que han estudiado este extraordinario arte ha mostrado su fascinación y su sorpresa frente a obras en las que, a pesar de su antigüedad, puede reconocerse con nitidez la mano humana.

En ese contexto, nos interesa destacar que, diseminadas por lugares muy variados de Europa, desde la segunda mitad del siglo XIX han ido asomando a la luz multitud de pequeñas y fascinantes estatuillas de mujeres paleolíticas que han llamado poderosamente la atención de todos aquellos conocedores de su existencia. Con un tamaño entre 5 y 25 centímetros de altura, talladas en piedra, marfil, hueso, astas, madera o esculpidas en arcilla, estas delicadas esculturas componen la categoría principal de representaciones humanas de arte mueble paleolítico.



La distribución geográfica de las estatuillas es muy amplia, ya que abarca desde el sur de Francia y norte de Italia hasta llegar, a través de Europa central y oriental, a las llanuras de Siberia. Curiosamente faltan en la Península Ibérica, a pesar de que a veces se citan los dos ejemplares de El Pendo y La Pileta. Por lo general se han encontrado en lugares de habitación, esto es, dentro de cuevas o refugios, más que en enterramientos o funerales.

Las estatuillas representan a mujeres desnudas o semidesnudas esculpidas con asombrosa meticulosidad, y cuyos caracteres sexuales se muestran nítidamente marcados. Inicialmente, cuando las figuras fueron descubiertas, se las llamó «Venus» paleolíticas, aunque ese nombre ha sido rechazado por un creciente grupo de investigadoras que, en un esfuerzo por examinar y recuperar el papel de las mujeres en las sociedades pasadas, sostienen que es más riguroso denominarlas estatuillas paleolíticas o, simplemente, mujeres paleolíticas.

No obstante, en un entorno profundamente sexista, el nombre de Venus alcanzó una amplia popularidad. Autoras, como por ejemplo la profesora de Prehistoria (de la asignatura Arqueología de las Mujeres ideada por ella misma) de la Universidad Autónoma de Barcelona, recientemente fallecida, Encarna Sanahuja (2002), o la arqueóloga estadounidense Joan Marler (2003), han rechazado el apelativo «Venus» porque es un tipo de denominación que se limita a revestir a la figuras de una mera función erótica en servicio de la imaginación masculina. Se las asocia así con el canon estético de la época, considerándolas talladas por y para el disfrute de los hombres.

Por su parte, al analizar el androcentrismo que ha sesgado los estudios sobre prehistoria, la antropóloga norteamericana, profesora de la Universidad de Denver y prestigiosa especialista en arqueología de género, Sarah Milledge Nelson, atinadamente se pregunta: «¿Podremos alguna vez superar la idea de que las mujeres desnudas son para el gozo de los hombres, pero que los hombres desnudos son “figuras de autoridad”?»

Se trata de un debate agitado porque, desde el momento en que se descubrieron, las estatuillas resultaron tan sugestivas que han sido y siguen siendo un verdadero acicate para la imaginación de quienes las contemplan. Han inspirado la publicación de innumerables trabajos que, como es de imaginar, ofrecen una variedad enorme: los hay eruditos y de divulgación, extensos y breves, detallados y generalistas, e igualmente con mayor o menor reconocimiento por parte de los colegas. Pero, pese a esa pluralidad, casi todos tienen un sello común: un inconfundible sesgo androcéntrico.

No queremos pasar por alto los términos sexistas empleados en múltiples ocasiones y hasta hace relativamente poco tiempo para describir estas preciosas tallas. Valga sólo a título de ejemplo los escogidos por el prehistoriador francés Louis-René Nougier (1912-1995), al referirse a las figuras como «mujeres de formas opulentas, incluso pesadas, con rostros vagos (…), mientras que los órganos sexuales son dignos de una observación clínica»



Sin embargo, y contrariamente a lo que suele creerse, las tallas paleolíticas no tienen un aspecto homogéneo sino que representan una rica variedad de formatos de mujeres. Las hay obesas y también esbeltas; unas claramente están embarazadas y otras no lo están; simbolizan tanto a jóvenes adolescentes como a mujeres maduras y ancianas, y están de pie, sentadas, acostadas o agachadas; algunas poseen un rostro detallado mientras que otras carecen de él y son por tanto figuras anónimas. Por lo general, las más antiguas suelen ser de formas opulentas, con pechos abundantes y esponjosos, vientre grande y caderas amplias, que no ocultan su sexo sino que lo muestran concienzudamente detallado. La cara, los pies y los brazos, por el contrario, apenas se destacan.

La imagen de mujer corpulenta y de abundantes formas ha representado el prototipo de las estatuillas del Paleolítico y, pese a su variación, se suelen identificar con la célebre figura de Willendorf, que no es la primera ni la más antigua representación de una forma femenina humana encontrada, pero sí la que más fama ha alcanzado.

La estatuilla de Willendorf fue hallada en 1908 en las proximidades del pueblo austríaco del mismo nombre, Willendorf, por el arqueólogo Josef Szombathy, en una terraza situada cerca de 30 m por debajo del Danubio. Su antigüedad oscila entre 24.000-22.000 años, mide unos 11 cm de altura y está tallada con exquisito cuidado en una piedra de poro muy fino que no es propia de esa región. Por esta razón, los expertos piensan que podría haber sido traída a esta zona desde otro lugar. En el momento de su descubrimiento, revelaba en su superficie trazas de un pigmento rojo ocre de significado poco claro, pero al que normalmente se da un carácter ritual o simbólico. Hoy se encuentra expuesta en el Museo de Historia Natural de Viena.

La escultura muestra una mujer de vientre prominente y colgante, con un rollo de grasa extendido por su cintura y unido a unas anchas caderas que revelan el sexo. Sus pechos son también grandes y orondos. La estatuilla carece de cara, por lo que algunos han argumentado que, como el rostro es una estructura clave de la identidad humana, la figura debe ser considerada anónima en vez de una persona concreta. Tampoco tiene pies, y sus brazos son muy delgados. Pese a su pequeño tamaño, esta talla de una mujer rolliza ha alcanzado un gran protagonismo, llegando a formar parte del inventario predilecto colectivo en lo que al arte prehistórico se refiere.

Las primeras teorías propuestas para explicar el significado de las estatuillas, formuladas entre 1890 y mediados del siglo XX, exhibían una marcada tendencia a enfatizar roles de género, esto es, interpretarlas como expresión de la fertilidad femenina o como objetos eróticos para ser visualizados por ojos masculinos. Una de las versiones tradicionalmente más aceptada sostiene que las pequeñas estatuas representan a una deidad: la Diosa Madre o la Diosa Tierra, en la que posiblemente creía la gente del Paleolítico. Esta versión se apoya en que las proporciones del cuerpo de muchas de ellas lleva a pensar en una mujer embarazada, lo que daría a las figurillas la categoría de símbolo de la fertilidad femenina. Otros autores, por el contrario, no están de acuerdo con esta explicación y despojan a las estatuillas de su carácter de diosa.

Existen diversas razones que alimentan acaloradas discusiones, y una razón no menor es un hecho que destaca sobre los demás: la elevada proporción de representaciones femeninas frente a las masculinas. En efecto, se han encontrado en torno a doscientas estatuillas de mujeres, mientras que las de varones del mismo período son sumamente escasas. Esta significativa diferencia ha fomentado los más diversos litigios con relación a la relevancia del papel de la mujer en aquellas sociedades.

Los expertos, sin embargo, admiten hoy que durante el Paleolítico Superior lo frecuente era representar al género humano a través de figuraciones femeninas. Este mensaje tiene un calado profundo porque contradice el antiguo orden simbólico, apoyado en la idea androcéntrica y falocrática inspirada por Aristóteles, que consideraba el sexo masculino como originario y equivalente único del género humano y el sexo femenino, dada su carencia de pene entre otras cosas, estaba incompleto porque era biológicamente inferior.

Tales fantasías, sin embargo, se han visto desafiadas por la ciencia. La arqueología nos sugiere que hace unos 35.000 años, a lo largo de casi toda Europa y durante un período de tiempo próximo a 20.000 años, las mujeres podrían haber ostentado un papel importante en las sociedades de su tiempo; esto explicaría por qué las estatuillas son tan numerosas y por qué se enfatizan tan claramente las diferencias en vez de las similitudes entre los cuerpos femeninos y masculinos: reflejan la clara voluntad de representar mujeres.

Por otra parte, en lo que concierne a la autoría de las estatuillas, no pocos expertos sostienen, al parecer sin albergar duda alguna, que aquellas figuras tan esmeradamente talladas fueron elaboradas por los miembros varones de cada grupo: eran ellos los que realmente poseían el talento creador. Las mujeres, según ese particular androcentrismo que impregna la interpretación de nuestro pasado, quedaron excluidas de la extraordinaria capacidad humana que es crear arte.

Esta visión sexista de la creatividad se ha mantenido durante largo tiempo con el incondicional respaldo de un colectivo científico esencialmente masculino. Versión que, además, ha encontrado una complicidad pasiva en la divulgación hacia el gran público y en los textos seguidos en la enseñanza.

Pero menospreciar el papel femenino en relación con las manifestaciones artísticas y decorativas de aquel lejano pasado es, al menos, muy discutible. Lo cierto es que la información con que cuentan estudiosas y estudiosos del tema no hace sino contradecir y debilitar las estereotipadas interpretaciones de las celebradas estatuillas. Los nuevos datos que, aunque con dificultad, se están abriendo camino entre la comunidad académica, no cejan en señalar que las pequeñas figuras tuvieron un significado cuya amplitud y riqueza es mucho mayor de la pretendida.

Creemos que es válido subrayar que los trabajos recientes de diversas investigadoras, y también investigadores, están proporcionando un sólido marco que refuta esa trama de creencias tejida durante siglos y fundamentada en la universalidad de las estructuras sociales dominadas por los hombres. Si el objetivo es producir buena ciencia, urge abandonar esos escenarios anticuados y con descarado sesgo de género.



Referencias
Martínez Pulido, C. (2012). La senda mutilada: la evolución humana en femenino. Biblioteca Nueva. Madrid.
Nelson Milledge, S. (2004). Gender in Archaeology: Analyzing Power and Prestige. AltaMira Press. California.
Sanahuga Yll, M. E. (2002). Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria. Cátedra. Madrid.



Fuentes
¿Y si las venus del Paleolítico no fueron talladas por hombres sino por mujeres examinando su propio cuerpo?: GizmodoEn tiempos paleolíticos. Bellos hallazgos en forma de estatuillas: Mujeres con ciencia

septiembre 14, 2018

Las estatuillas paleolíticas no están desnudas

Una nueva lectura de las estatuillas paleolíticas

Las pequeñas tallas femeninas procedentes del Paleolítico Superior han generado un monumental cuerpo de literatura que ha incluido discutidas teorías sobre su papel de diosas, símbolos de la fertilidad y maternidad, o bien su función de objetos eróticos. Curiosamente, muchos de los estudiosos que con tanta meticulosidad las analizaron, aparentemente no advirtieron que algunas de ellas presentan señales de llevar ropas o adornos corporales.

Sin embargo, una detallada observación de las pequeñas tallas, apoyada en el uso de los métodos y técnicas más modernos, ha desplazado en no pocos debates el foco de atención desde la desnudez de las imágenes a la presencia de posibles, aunque sutiles, vestimentas o adornos. Lo interesante de estos ornamentos, dispuestos en la cabeza o en otras partes del cuerpo, es que dan la impresión de estar delicadamente tejidos con finas cuerdas o fibras. Y si así fuera, tendrían un considerable significado porque podrían estar relacionados con los primeros pasos de la producción textil o de la cestería. La pregunta vibra en el aire: ¿Serían las mujeres paleolíticas capaces de tejer los primorosos adornos que lucen?

Venus de Willendorf.

La respetada profesora de Arqueología y Lingüística del Colegio Occidental de los Ángeles Elizabeth W. Barber ha sido una de las primeras investigadoras en registrar la presencia de objetos tejidos en las estatuillas. Además, esta experta pionera ha defendido durante décadas la necesidad de interpretar tales objetos con el máximo rigor posible. Cuando Barber estudió las pequeñas figuras, en vez de dedicar su atención a las tantas veces analizadas y discutidas proporciones del cuerpo (tamaño de los pechos, las caderas, detalles del sexo, etc.), optó por concentrarse en algo que llamó profundamente su atención: los gorros, bandas en la cintura o en el pecho, faldas de cuerdas y otras formas de decoración que algunas lucían.

En el año 1994, Elizabeth W. Barber expuso ante la comunidad de expertos que numerosas estatuillas portaban algún tipo de ornamento trenzado a partir de fibras vegetales. Se trataba de una idea un tanto insólita, porque en el contexto de la arqueología del momento se daba por hecho que los humanos no inventaron el tejido hasta después de abandonar la vida nómada y establecerse en villas agrícolas permanentes con plantas y animales domesticados. Y estos acontecimientos tuvieron lugar en distintos territorios del mundo en el Neolítico, hace unos 8.000 años: una vez sedentarios, se suponía que nuestros antepasados pudieron desarrollar tecnologías como la cerámica o los textiles. Sin embargo, las estatuillas paleolíticas tienen edades que oscilan entre 15.000 y 35.000 años y por tanto, ante la idea de que ellas lucieran supuestos tejidos, la opinión generalizada sentenciaba que «nadie podría tejer textiles tan complicados hace tanto tiempo». Esta era la principal razón por la cual el tema apenas se había analizado en profundidad.

En contra del criterio dominante, sin embargo, Elizabeth Barber optó por investigar el asunto. Emprendió un meticuloso trabajo cuyos resultados le confirmaron una y otra vez que la gente del Paleolítico Superior ya sabía utilizar fibras vegetales. La estudiosa pasó a ser una científica de vanguardia, al proponer, con datos en la mano, que el origen de la tecnología textil era notablemente anterior al Neolítico. Centrando la atención en los textiles, que por lo general se han considerado principalmente productos de la actividad femenina, Barber propuso nuevas perspectivas sobre la vida de las mujeres prehistóricas, su trabajo y sus valores.

De hecho, hasta aquellos años las descripciones de las pequeñas tallas se habían limitado a indicar que algunas presentaban un peinado muy complejo. Así por ejemplo, en relación a la figura de Willendorf, el profesor de Historia del Arte Christopher Witcombe enfatizaba que si se presta atención a su perfil, la célebre escultura parece mirar hacia abajo, con la barbilla inmersa en el pecho y el pelo enrollado alrededor de la cabeza, mostrando un elaborado peinado. De todos modos, este autor no ocultó su extrañeza al considerar «extremadamente raro» que un artista paleolítico prestase tanta atención al pelo de la figura que ha tallado, y por ello sugería que un tocado tan meticuloso debía tener algún significado.

Estatuilla de Brassempouy o Dama de la capucha.

En 1998, el arqueólogo James Adovasio y la antropóloga Olga Soffer, tras una minuciosa inspección del peinado de la estatuilla de Willendorf, llegaron a la conclusión de que su «cabello» era en realidad un gorro tejido, una especie de cofia tan cuidadosamente trenzada que les hizo pensar que en el Paleolítico Superior podría haber existido una extendida tecnología de la fibra. Idea que se ha visto corroborada porque la talla de Willendorf no es la única que parece llevar un gorro tejido. La estatuilla de Brassempouy o Dama de la capucha, por ejemplo, es otra célebre figura cuya cabeza da la impresión de estar cubierta por algún tipo de redecilla o tocado para el cabello.

Los adornos aparentemente hechos de fibras, sin embargo, no se limitan, como decíamos más arriba, a la cabeza. También los hay corporales, como los de algunas tallas que presentan cinturones de los que cuelgan cuerdas. Es lo que se observa por ejemplo en la estatuilla de Lespugne, cuyas amplias caderas muestran en la parte posterior una serie de canales muy marcados que parecen una falda, consistente en once fibras unidas a una cuerda basal que sirve de cinturón. La sogas cuelgan del cinto y están tan escrupulosamente talladas que no sólo se aprecia el retorcido de las fibras, sino incluso como pierden su trenzado y se deshilachan hacia el extremo final.

Estatuilla de Lespugne.


En el suroeste de Rusia y en Ucrania, en las proximidades del mar Negro, se han hallado numerosos restos arqueológicos. Entre ellos, en una región llamada Kostenki, se han encontrado literalmente docenas de figurillas que muestran marcadas similitudes entre ellas y con las del resto de Europa. Algunas están completamente desnudas, pero otras presentan prendas de vestir y adornos en la cabeza. También se ha hallado un fragmento más bien grande (13,5 cm) de piedra caliza, con un prominente ombligo y unas manos cuyas muñecas portan brazaletes. El análisis de estos ornamentos ha contribuido a consolidar la idea de que la gente del Paleolítico tenía capacidad para tejer ropas, redes o cestos con fibras vegetales (Soffer et al., 2000).

Figurillas de Kostenki.

Por otra parte, en el año 1993, salió a la luz un trabajo que exponía que en la República Checa, concretamente en Dolni Vestonice, se habían hallado algunos trozos de arcilla cocida muy antiguos, de una edad comprendida entre 24.000 y 28.000 años. Estos restos conservaban en su superficie unas curiosas impresiones de difícil interpretación. Tras diversos análisis, los especialistas sugirieron que los fragmentos de arcilla hallados podrían corresponder a fracciones de suelo que mostraban huellas o impresiones de lo que parecía una cesta tejida con fibras finamente retorcidas.

Hoy se interpreta que sobre ese antiguo suelo se pudo depositar algún tipo de objeto, como sacos, bolsas, cestos o alfombras, tejidos a partir de materiales extraídos de plantas silvestres y que dejaron su huella. Si esta conclusión fuera correcta, contribuiría a consolidar la idea de que los habitantes de aquella zona ya sabían tejer fibras vegetales.

El hallazgo es importante porque hace retroceder en unos 15.000 años la fecha formalmente admitida por los expertos de las primeras señales de cestería o de textiles. Una vez más, surgen señales que sugieren que la capacidad para aprovechar las estructuras vegetales se remonta a muy atrás en la historia de la humanidad. Además, los análisis realizados con métodos modernos en las marcas detectadas en esos supuestos fragmentos de suelo, parecen revelar conocimientos de variados estilos de retorcer y entrelazar hilos, algunos de los cuales incluso han perdurado hasta el presente.

Huellas Dolni Vestonice.


La tesis que sostiene que el aprovechamiento de las fibras vegetales con diversos fines es muy antiguo, se ha visto también reforzada por un hecho significativo. Numerosas herramientas procedentes del Paleolítico Superior, que hasta hace poco parecían tener una dudosa utilidad y se les había prestado poca atención, ahora, bajo la luz de la nueva perspectiva, pueden entenderse mucho mejor: se trata de los utensilios empleados para tejer.

No son pocos los estudiosos que han subrayado, con notable asombro, que, por la misma época en que unos grupos humanos comenzaban a realizar las primeras pinturas en las paredes de las cuevas del sur de Europa, otros, en el este del continente, estaban produciendo los tejidos más antiguos conocidos. La humanidad florecía entonces con una próspera creatividad que brotaba en distintas partes del viejo continente.

La arqueología de género, que se ocupa de recuperar a la mitad femenina de las poblaciones antiguas, cuenta con numerosas expertas y expertos que han subrayado al respecto el escaso rigor que implica suponer que las mujeres se mantuvieron pasivas contemplando, por ejemplo, el nacimiento de la cestería o que arrastraran igual pasividad ante la creación del maravilloso arte paleolítico. Una de las pioneras, la prestigiosa Margaret Conkey, ha señalado: «No podemos interpretar el material acumulado durante miles años afirmando que todo él está relacionado con actividades masculinas.»


Referencias
Barber, E. W. (1994), Women’s Work: The First 20,000 Years, New York: Norton.
Jennett, K. D. (2008), Female figurines of the Upper Paleolithic, Texas San Marcos.
Martínez Pulido, C. (2012), La senda mutilada: la evolución humana en femenino. Biblioteca Nueva. Madrid.
Soffer, O., Adovasio, J. M, y Hyland, D. C. (2000), «The “Venus” Figurines: Textiles, Basketry, Gender, and Status in the Upper Paleolithic», Current Anthropology 41, págs. 511-537.


Fuente

octubre 06, 2016

Los humanos modernos venimos de una sola migración desde África

Los humanos modernos  venimos de 

una sola migración desde África



Qué nos empujó a explorar más allá de los límites de lo conocido, a abandonar África y a colonizar el planeta atravesando hielo, montañas, mares y desiertos, sigue generando un intenso debate en ciencia. También, si se produjo un solo éxodo o fueron varios, cuándo, o qué rutas emprendieron nuestros antepasados, cuestiones clave para poder entender nuestro pasado como humanos.
En ese sentido, esta semana la revista Nature publica un compendio de tres artículos que completan algunas de las piezas del complejo puzzle de la evolución humana. 
,
Coordinados por el genetista David Reich, investigador del Instituto Howard Hughes de la Escuela de Medicina de Harvard (EEUU), diversos equipos internacionales han empleado tecnologías de secuenciación del genoma humano para describir la diversidad genética de poblaciones de regiones hasta el momento poco estudiadas, como los aborígenes de Australia y de Papúa Nueva Guinea.
También arrojan luz sobre la diáspora de nuestros antepasados por el planeta: los tres trabajos concluyen que los humanos modernos no africanos procedemos de una misma población que emigró de África hace 75.000 años.
“A pesar de que los artículos no presentan ninguna conclusión revolucionaria por novedosa, la gran cantidad de datos nuevos que producen y analizan nos permite refinar más las hipótesis sobre el ‘out of Africa’”, considera Carles Lalueza-Fox, uno de los expertos mundiales en paleogenómica e investigador del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF).


octubre 05, 2016

Japón: el imperio de la moda en el siglo XVIII

Japón: el imperio de la moda en el siglo XVIII


Los pinos o matsu bordados sobre este 
kosode femenino de seda estaban asociados
 a la estación del invierno y simbolizaban una larga vida.


Aunque el vestido estaba regulado por el Estado, las damas de clase alta gustaban lucir modelos caros y sofisticados


El día 21 de octubre del año 1600 se libró una sangrienta batalla en la llanura de Sekigahara. La matanza fue descomunal; la victoria de uno de los bandos, absoluta. La familia de los Tokugawa se apoderó del cargo de shogun o dictador militar, y pudo así gobernar Japón durante casi tres siglos, a lo largo del período Edo, llamado así por el nombre de la capital, la actual Tokyo. El nuevo shogunato no sólo trajo a Japón políticas diferentes; también marcó el inicio de un profundo cambio en la forma de vestir, que acabó dando lugar a lo que hoy conocemos como indumentaria japonesa tradicional.

Desde fines del siglo XV, la prenda exterior básica de los japoneses había sido el kosode, ancestro del kimono, una especie de túnica abierta con patrón en forma de T que se ajustaba a la cintura con una faja. Derivado de una antiquísima camisa interior del mismo nombre que se usaba en época Heian (794-1185), el kosode era prácticamente unisex: tenía el mismo corte para hombres y mujeres, y decoración parecida. Había, eso sí, distintos tipos según los detalles del patrón o los materiales, y también eran un poco diferentes según la época del año para la que estaban pensados. Ambos sexos gustaban de los elementos ornamentales grandes y llamativos y de los bordados con hilo de oro, siempre que pudieran permitírselos.

Vestir como manda el shogun
En el centro de la composición bordada y estampada 
de este kosode femenino de mangas cortas, 
con fondo rojo vino, se ve un ave fénix o hoo, 
símbolo de sinceridad, verdad y honestidad.


Al entrar en el período Edo, las cosas cambiaron de forma radical. Por un lado, pronto empezaron a distinguirse los motivos ornamentales de las ropas de hombre y de mujer. Las damas se reservaron la decoración colorida y vistosa, mientras que los caballeros se decantaban por motivos pequeños y simples, por ejemplo, los diseños rayados. Se trata en realidad de un proceso muy similar al que tuvo lugar en los países de Occidente, sólo que con un siglo de adelanto; en Europa, la separación de colores y motivos no comenzaría hasta finales del siglo XVIII, y se consagraría de manera definitiva a lo largo del XIX.

Asimismo, a medida que se separaban los diseños por géneros, los bordados de hilo de oro fueron también siendo sustituidos por estampados, quizá debido a las leyes contra el lujo que promulgó el gobierno; hay que decir, de todos modos, que algunos estampados eran casi tan laboriosos como un bordado, y su resultado prácticamente igual de espectacular.


En el Japón Edo, las clases pudientes estaban sometidas a una minuciosísima normativa dictada por el shogunato, que establecía la indumentaria apropiada para cada uno según su rango. Los vestidos lujosos estaban reservados por ley a la aristocracia, y su uso por damas de clase inferior se castigaba severamente. Por ejemplo, el escritor Mitsui Takafusa, en su Chonin Kokenroku (Observaciones sobre los mercaderes, 1728), cuenta que a principios del siglo XVIII vivía en Edo un rico comerciante de apellido Ishikawa. Su esposa, olvidando las normas que prohibían a los mercaderes los excesos indumentarios, perdía la cabeza por la ropa de lujo y, revestida con sus carísimos kosode, pasaba por una gran dama de la aristocracia. Un día, un gran señor feudal la confundió y la trató con los respetos debidos a una aristócrata. Pero al descubrir después la verdad, montó en cólera por haberse humillado delante de la esposa de un simple mercader y decidió imponer un castigo ejemplar. El desafortunado matrimonio vio sus bienes confiscados y fue expulsado de la ciudad.

Más asociadas aún con las modas en el vestido estaban las geisha, las célebres cortesanas que reinaban en los barrios de placer de Edo, el llamado «mundo flotante». Las geisha del período Edo tardaban largos años en aprender a divertir graciosamente a sus clientes, servirles de beber, cantar, bailar, recitar poesía o tocar instrumentos; no en vano el término geisha significa «artista» y debe distinguirse de las prostitutas propiamente dichas.


La geisha y el samurái

Damas japonesas en una peregrinación
 a un templo próximo a Tokyo a finales del siglo XVIII.
 Xilografía por T. Kiyonaga.


En la actualidad, las geisha son el paradigma de la tradición y mantienen celosamente los detalles de su labor y de su indumentaria. Si en sus primeros años usan vivos colores y mangas larguísimas, en su etapa final dominan los tonos oscuros y la sobriedad se extiende incluso al peinado. En el período Edo, en cambio, las geisha iban siempre a la última. Lejos de ceñirse a modelos ancestrales, eran ellas quienes creaban las tendencias, que enseguida circulaban rápidamente por todo el país gracias a las estampas en las que se las representaba un poco a la manera de las actuales revistas de moda. A fines del período Edo, todas las japonesas del país que podían hacerlo copiaban a las geisha de las grandes ciudades y se envolvían en ropajes similares, tan largos que a menudo arrastraban sus ricos tejidos por el suelo. Las geisha eran las it girls del momento.

En cuanto a los hombres, el personaje más característico del Japón Edo fue sin duda el samurái. A lo largo de lo que fue una etapa extraordinariamente pacífica de la historia japonesa, los antiguos guerreros feudales se vieron abocados a la inacción. Por eso, precisamente, se dedicaron a sistematizar su código de conducta y su vestimenta. Este atuendo estaba compuesto por dos prendas principales: un amplio pantalón o hakama y una prenda superior que podía ser una suerte de chaleco con los hombros muy exagerados o bien una especie de chaqueta larga y abierta llamada haori. Este conjunto básico era prosaicamente conocido en la época como kamishimo, «lo de arriba y lo de abajo».

Siguiendo la moda, tanto los pantalones como el chaleco o chaqueta solían ser de colores poco llamativos y emplear motivos pequeños y sobrios, aunque el escudo familiar, también presente, indicaba el rango del portador. Los materiales eran distintos según el poder adquisitivo del samurái, a pesar de las recomendaciones de célebres maestros como Kato Kiyomasa, que abogaba por el algodón. De algodón o de seda, la vestimenta de un samurái no estaba completa sin su katana, la larga espada que desde el decreto del año 1588 era un arma exclusiva de la clase guerrera. Además, un samurái que se preciase no llevaba otro peinado que el emblemático chonmage, una coleta de gran altura que se resaltaba aún más afeitando la zona frontal de la cabeza y de la que se decía que hacía encajar mejor el casco.

Vestidos de papel

Los japoneses de clase popular se enfrentaban también a numerosas restricciones vestimentarias. Les estaba prohibido emplear tejidos lujosos para sus ropas, y había zonas en las que sólo podían poseer un traje de cáñamo para el verano y otro de papel para el invierno, como ordenaba un decreto de 1674 a los campesinos de la región de Tosa, en el suroeste del país. Aunque hoy día nos resulte sorprendente, las prendas de papel o shii, de uso común en esta zona, se extendieron por todo el país a finales del período que nos ocupa. Eran ligeras, lavables, bastante resistentes y más cálidas que las de algodón. Se fabricaron hasta la segunda guerra mundial y todavía hoy hay artesanos que las producen. Los campesinos también recurrieron a materiales menos elaborados, como los juncos, con los que se realizaban las capas para la lluvia o mino, tan parecidas a las antiguas «corozas» españolas que se usaron hasta el siglo XIX en las aldeas gallegas.


Para saber más

Historia breve de Japón. Irene Seco Serra. Sílex, Madrid, 2010.
Japón (Diccionario de las civilizaciones). R. Monegazzo. Electa, Madrid, 2008.

septiembre 02, 2016

Guía para (no) quedarse embarazada en la Roma antigua: amuletos, preparados, ungüentos y demás métodos contraceptivos.



Guía para (no) quedarse embarazada en la Roma antigua: amuletos, preparados, ungüentos y demás métodos contraceptivos. 


La intención, por parte de la mujer, de regular su propia reproducción, es una realidad presente desde la Antigüedad. También Roma, civilización que nunca dejará de sorprendernos, hizo uso de métodos contraceptivos, que servían a los propósitos de aquellas mujeres que contemplaban el embarazo como un obstáculo en su vida, convirtiéndose en una alternativa para ellas antes de tener que recurrir a un más arriesgado aborto o a una exposición de un bebé que, en cualquier caso, ya había tenido que gestar en su interior durante nueve largos meses. Pensemos que, si hablamos de sociedades antiguas, la garantía de que un embarazo saliera adelante era mucho más reducida que en la actualidad, habiendo unas altísimas tasas de mortalidad ya no sólo del feto, sino también de la madre.

Un colectivo que podría ejemplificar bien lo que estamos diciendo podría ser el de las prostitutas[1], que podrían ver peligrar su trabajo ante la perspectiva de enfrentarse a un embarazo, con casi total seguridad, no deseado. En cualquier caso, no sólo las prostitutas recurrían a estas alternativas, que, por el contrario, han sido constatadas en la totalidad de la sociedad.

Uno de los métodos más frecuentes de contracepción fue la consumición de determinados preparados, cuyas recetas se conservan en buena medida en las fuentes. Algunos de los ungüentos más simples eran la impregnación del orificio del útero femenino con aceite de oliva, algunas resinas (a las que se podía añadir blanco de plomo o albayalde) o también con miel. Aristóteles, por su parte, recomienda untar en los genitales femeninos un ungüento preparado con aceite de cedro, plomo blanco o incienso, mientras que en el Corpus Hipocrático se insiste en la efectividad del sulfato de cobre diluido ingerido por vía oral.

Un autor especialmente activo en lo referente a los métodos contraceptivos fue Dioscórides, quien hacía gala de conocer cuantiosas pociones para tales fines, así como también algún que otro amuleto. Algunas de estas pociones aconsejadas por el médico y botánico griego incluían la aplicación de menta, miel, goma de cedro o diferentes hierbas que, una vez cortadas y aplicadas en forma de mejunje sobre los genitales femeninos, se supone que evitaban el resultado de un embarazo no deseado. J. M. Riddle, cuya obra es fundamental para el estudio de la contracepción y el aborto a lo largo de la Historia, afirma que Dioscórides menciona en su obra una planta contraceptiva pensada para los hombres, aunque lo cierto es que en la propia cita no se halla ninguna mención concreta a que esta planta (la madreselva etrusca o “periklymenon”) sirviera para uso femenino:


“Su fruto recogido maduro y secado a la sombra, se bebe con vino, el peso de una dracma, durante cuarenta días, y reduce el bazo, mitiga el cansancio, resuelve la ortopnea y el hipo, y a partir del sexto día provoca una orina sangrienta. Es también acelerador del parto. Las hojas tienen la misma virtud. Se dice que bebidas durante treinta y siete días producen esterilidad. Aplicadas como ungüento con aceite, mitigan los temblores en las fiebres periódicas” (Pseudo-Dioscórides, De Materia Medica, IV, 14, trad. de Manuela García Valdés, 1998).

Sorano, por su parte, apuesta por la eficacia del aceite de oliva viejo, la miel o la savia procedente del árbol del cedro, todo ello aplicado en la entrada de la vagina de forma que se crease una coagulación que la cerrase antes del sexo, actuando como posterior barrera frente al esperma masculino. El propio Sorano también recomendaba el empleo del vinagre, el aceite de oliva o la piel de granada, así como higos secos a modo de supositorios vaginales anticonceptivos. Además de todo lo dicho, las romanas también echaban mano de abluciones mezclando alumbre y vino, o por ejemplo salmuera y vinagre y, lo que es más básico, agua fría.

Para todos estos procesos, la lista de ingredientes es larga y especialmente llamativa en una cosa: lo escatológico de su naturaleza. Esto ha hecho que los especialistas se planteen la posibilidad de que esto sea consecuencia directa de la visión masculina sobre la mujer, o bien un reflejo de la percepción que la mujer tenía sobre sí misma, pues hay que tener en cuenta que los doctores y especialistas que escribían sobre las enfermedades femeninas eran considerablemente dependientes de la información dada por pacientes mujeres o por comadronas.



Relieve en terracota procedente de la tumba de una comadrona. En la imagen podemos ver la labor de la comadrona y su ayudante, así como constatar el empleo de la silla obstetricia. Fuente: D’Ambra, 2007, p. 87.


Uno de los métodos contraceptivos más usados y, al mismo tiempo, más simples, fue, como acabamos de ver, el agua fría. De ésta se creía que tenía la capacidad de matar al esperma, lo que explica que la acción de lavar con agua de manera frecuente fuese un acto considerado indigno al que se entregaban los amantes perversos y enamorados; es quizás en respuesta a eso por qué a una mujer que hacía el amor con mesura se le llamaba “Mujer lavada”, mientras que a aquella que lo hacía frecuentemente se le hacía llamar “Mujer húmeda”, tal y como demuestran algunos pasajes de la obra de Cicerón, quien, por cierto, no pasó a la historia gracias a lo “moderno” de sus ideas.

La abundancia de amuletos empleados como métodos contraceptivos nos pone de manifiesto una vez más lo presente que estaba la superstición en el día a día de las sociedades antiguas en general y de la romana en particular. La variedad era casi tan notable como su extravagancia, como meter un hígado de gato dentro de un tubo y portarlo colgado del pie izquierdo, o llevar atado al cuerpo un pedazo de matriz de leona. Pero sin duda, una de las alternativas más extravagantes mencionados por las fuentes es aquella de la que se hace eco Plinio (HN, XX, 114), y que consistía en pegar las larvas de una determinada araña grande y peluda (una tarántula, quizás) en piel de ciervo, con la que habría de atarse a las mujeres antes de la puesta de sol para conseguir evitar la concepción durante un tiempo estimado de, aproximadamente, un año.

Este tipo de amuletos, que seguramente tenían su raíz en lo más hondo de la cultura popular, no eran tenidos en cuenta por aquellos individuos con cierta formación y conocimientos médicos como es el caso del propio Sorano, quien, recordemos, se oponía a este tipo de prácticas y creencias.

Otro método contraceptivo fue claramente el sexo no vaginal, práctica confirmada a través de varios graffitis de Pompeya y también por el propio Séneca, que hace mención a la práctica del sexo anal durante la noche de bodas. Otra opción para la contracepción era contener la respiración en el momento en el que la eyaculación tuviera lugar, haciendo fuerza hacia afuera de forma que el semen no penetrase tan profundamente. Pero, además de esto, también se creía que incorporarse de manera inmediata después del coito (y lavarse con asiduidad) era un efectivo método anticonceptivo.



Fresco con postura sexual encontrado en Pompeya.Fuente.


Una alternativa indudablemente menos arriesgada habría sido la abstinencia sexual como método anticonceptivo infalible. Para ello, se recomendaba la ingesta de determinados ingredientes que se suponía reducían de manera temporal el deseo sexual: ajo, berro o raíz de nenúfar aplicada localmente, entre otras cosas.

En cuanto al llamado coitus interruptus, carecemos de alusiones directas en lo tocante a las fuentes tanto griegas como latinas y existe un debate abierto entre aquellos que piensan que no era una práctica habitual y aquellos otros que defienden que el motivo de que no se mencione no es el hecho de que no se practicase, sino lo íntimo de su naturaleza.

Por otro lado, Sorano no es el único que alude al fin de la menstruación como momento de mayor fertilidad de la mujer. Teniendo esto en cuenta, parece lógico que evitar las relaciones sexuales durante esos días sería otra buena manera de prevenir una concepción indeseada. Hipócrates también se muestra contundente respecto a esto:


“También es cierto: las mujeres que acaban de tener la regla y tienen deseos, conciben fácilmente; su semen se hace fuerte, si tienen relaciones con sus maridos en el momento oportuno y el semen del hombre se mezcla con el suyo fácilmente; si predomina aquél, es así como se produce la unión” (Hipócrates, Las enfermedades de las mujeres, I, 24, trad. de Lourdes Sanz Mingote, 1998).

Las mujeres romanas eran conscientes que de que existían ciertos mecanismos para evitar, o al menos así lo creían, el embarazo. Ello no le resta validez a la realidad de que la reproducción y la perpetuación del linaje constituyó una piedra angular en su función dentro de la sociedad, una conditio sine qua non en su vida. Lo rudimentario de una ciencia todavía infantil y de los conocimientos anatómicos femeninos (en nada comparables, por cierto, a los masculinos), quizás pudo contribuir a esta larga lista de procedimientos de validez altamente cuestionable, de los que las mujeres romanas antiguas echaban mano para (no) quedarse embarazadas.



[1] Cuando hablamos de las prostitutas las normas cambian. Lo que a priori estaría mal visto en una matrona romana estaría moralmente permitido en el caso de una prostituta. Para ellas incluso se contemplaban otros métodos contraceptivos que no se consideraban válidos o útiles para una matrona; pongamos de ejemplo a Lucrecio, quien aconsejaba a las mujeres mover activamente sus caderas durante el coito para así desviar el semen y evitar la concepción (pero no todas las mujeres, únicamente las prostitutas): “Y así por interés suelen las putas menearse, por ver de no quedar una y otra vez embarazadas y con la preñez postradas, y para que al mismo tiempo la coyunda a sus galanes les resultase mejor dispuesta; nuestras esposas de tal cosa no tienen al parecer necesidad alguna”(Lucrecio, La naturaleza IV, 1273-1278, trad. de Francisco Socas, 2003).

BIBLIÓGRAFÍA

ANGELA, A.,“Amor y sexo en la Antigua Roma”, Madrid: La esfera de los libros, 2015.

CHRYSTAL, P., “Woman in Ancient Rome”, UK: Amberley, 2013.

D’AMBRA, E., “Roman women”, New York: Cambridge University Press, 2007.

FONTANILLE, M. T., “Avortement et contraception dans la medicine gréco-romaine”, París, 1977.

GARRIDO GONZÁLEZ, E., “Concepción, contracepción y embarazo en Grecia y Roma”, en DOMÍNGUEZ MONEDERO, A. y HERNÁNDEZ CRESPO, R. (eds.), Las edades del hombre. Las etapas de la vida entre griegos y romanos,Madrid, 2014.

RIDDLE, J.M., “Contraception and abortion from the Ancient World to Renaissance”, London: Harvard University Press, 1992.

ROBERT, J.N., “Eros romano: sexo y moral en la Antigua Roma”, Madrid, Complutense, 1999.


agosto 26, 2016

En la isla de Pascua quieren recuperar objetos que están en museos extranjeros


En la isla de Pascua quieren recuperar objetos que están en museos extranjeros

agosto 24, 2016

Cómo las prendas tipo parka protegieron a los Homo sapiens del gélido destino de los Neandertales



Cómo las prendas tipo parka protegieron a los Homo sapiens del gélido destino de los Neandertales


Dibujos de posible vestimenta cálida con capucha realizada por los Homo sapiens. Credit: Libor Balák. 





El misterio de cómo los primeros humanos sobrevivieron a la Edad de Hielo, mientras que los Neandertales desaparecieron en el olvido evolutivo, puede estar en su elección de la ropa de abrigo.

Un nuevo estudio sugiere que nuestros antepasados ​​habían inventado cómodos abrigos forrados de piel similares a las parkas modernas, mientras que los neandertales se quedaron temblando cubiertos solo con capas de prendas.

Los arqueólogos han sostenido durante mucho tiempo acerca de por qué los seres humanos son los únicos homínidos supervivientes, a pesar de que otras especies del género 'Homo' tenían un cerebro de tamaño similar y eran físicamente más fuertes.

Los Neandertales se extinguieron hace unos 40.000 años, y algunos expertos afirman que quedaron fuera de competencia por el Homo sapiens, los cuales habían adquirido nuevos y sorprendentes niveles de cooperación y comunicación que les permitieron compartir los recursos.



Pero ahora científicos de Escocia y Canadá han encontrado pruebas de que los Neandertales no estaban equipados con ropas adecuadas para el frío, necesarias para sobrevivir en la Edad de Hielo glacial.

Los estudios sobre los campamentos de los primeros Homo sapiens han puesto al descubierto huesos de animales peludos, como conejos, zorros y visones, que los investigadores creen fueron utilizados para elaborar sus prendas de vestir y mantenerse calientes. En 56 yacimientos de Homo sapiens también se encontraron restos del glotón, cuyo pelaje todavía es utilizado por los habitantes del Ártico para las gorgueras de sus abrigos esquimales. Ninguno de estos restos óseos fue encontrado en yacimientos de Neandertales.



"La piel del glotón es la mejor piel natural para usar como gorguera en una parka. Proporciona una excelente protección contra el viento, rechaza la escarcha particularmente bien y es extremadamente duradera", escribe el autor principal Mark Collard (arriba), profesor de Arqueología en la Universidad de Aberdeen y actualmente profesor visitante en la Universidad Simon Fraser, en Columbia Británica, Canadá.

"El impacto de las diferencias de vestimenta entre los Neandertales y los Homo sapiens pudo haber sido sustancial. Como es bien sabido, la exposición prolongada al frío en ausencia de ropa adecuada puede conducir a la hipotermia y a la congelación, y eventualmente a la muerte".

"En última instancia, pues, las diferencias en la vestimenta podrían haber tenido un impacto en la salud y tal vez incluso en la supervivencia de los Neandertales, encomparación con los primeros humanos modernos".

También se han encontrado evidencias de agujas de hueso y raspadores de piel en los yacimientos de Homo sapiens. En contraste, los Neandertales no muestran ninguna evidencia de saber cómo hacer prendas herméticas y se cree que simplemente se tapaban con pieles de animales. Algunos arqueólogos opinan, incluso, que podían no haber llevado nada encima.

Una ropa inadecuada no sólo habría hecho la vida más incómoda a los Neandertales, sino que habrían dejado de buscar alimentos más al norte y limitado su tiempo diario de caza y recolección a la parte más calurosa del día.




Los estudios sobre cazadores-recolectores modernos también sugieren que las prácticas de caza emboscada se ven afectadas con una vestimenta pobre, si es que hace demasiado frío como para estar en espera durante largos períodos de tiempo hasta que apareciera una presa.

Un insuficiente forrajeo también podría haber reducido su energía, lo que conduce a una menor tasa de natalidad y a comunidades cada vez más pequeñas, las cuales se hacen finalmente insostenibles.

Por el contrario, los Homo sapiens parecen haber inventado prendas cálidas para protegerse del gélido frío de la Edad de Hielo. Figurillas descubiertas en Siberia (arriba), que datan de hace 24.000 años, se considera que muestran a los primeros seres humanos modernos llevando prendas de tipo parka con capuchas de piel.




"Creo que este pequeño trabajo es realmente interesante", dice el profesor Chris Stringer (arriba), líder de investigación sobre los orígenes humanos en el Museo de Historia Natural de Londres.

"Si nos fijamos en los esqueletos del Hombre de Cro-Magnon, de hace 30.000 años, tenía un aspecto físico como si acabara de salir del noreste de África. Debió haber tenido ropas adecuadas para mantenerse con calor en los climas fríos y la tecnología para hacerlas", añade.

"Esto no va a ser toda la historia sobre cómo los Homo sapiens reemplazaron a los 
Neandertales, pero su capacidad para guardar el calor pudo haberles dado, sin duda, una 
gran ventaja. Mantener a los niños calientes, en particular, probablemente permitió que 
muchos más sobrevivieran a la infancia, con lo que habría mejorado el tamaño de la 
población", concluye.

Los investigadores sugieren que los Neandertales pudieron no haber sido lo suficientemente inteligentes como para diseñar ropas contra los climas fríos, o no tuvieron las tradiciones culturales necesarias al respecto.


Retrato del fotógrafo y cronista de los nativos americanos, Edward S. Curtis, mostrando las primeras parkas tradicionales. 


"Hay un acuerdo general de que, a medida que los primeros seres humanos modernos se trasladaron a la Europa glacial, éstos habrían adoptado ropas altamente aislantes contra los climas fríos, lo que implica múltiples prendas de protección hechas a partir de pieles flexibles bien curtidas", concluyen los autores en un artículo publicado en Journal of Anthropological Archaeology.


"Hay razones para creer que la diferencia en la vestimenta ayudó a los primeros humanos 
modernos a competir con éxito contra los Neandertales por el territorio y los recursos".

Fuente: Terrae Antiqvae